17 ene 2014

Welcome home (Sanitarium)

   Oigo un ruido a mis espaldas. Ya está aquí de nuevo. Menudo incordio. Miro hacia atrás, pero no lo veo; está tratando de esconderse de nuevo, pero no lo voy a buscar. Los pasos están por todas partes. En el piso de arriba, en el tejado, por las paredes... Si aguzase el oído, lograría escuchar las pisadas en el barro por la ventana, pero no me apetece prestarles atención. Es la hora de jugar a póker en el sótano, pero no quiero. Hoy no quiero aguantarlos, no quiero relacionarme con ellos, no quiero sus malditas risas penetrantes, agudas y chillonas. No quiero ver sus ojos saltones ni sus infames sonrisas de oreja a oreja. Hoy quiero estar solo. 

   Me levanto de la butaca y me dirijo al pasillo. Hay ojos mirándome por todas partes, me saludan y me comentan cosas de su día a día, del trabajo, pero yo les ignoro. Llego al pasillo y avanzo por él. A mitad de camino me topo con un bulto. Lo esquivo y sigo mi trayecto. Estoy en la habitación, sucia y desordenada. Esos cabrones se han vuelto a escaquear de limpiarla. Les gritaría, pero no tengo ganas. No hoy. Un fino hilo de luz se abre paso entre las cortinas. Corro a cerrarlas bien, no quiero que me molesten.

   Ya ves, ahora soy feliz. Desde que te fuiste, ya nunca estoy solo. Desde que te fuiste, desde que estás conmigo, estoy rodeado de criaturas que me adoran, que me quieren. Estoy rodeado de ti. Hace tiempo que no salgo de casa, la gente dice que estoy loco, que soy un tío raro, pero yo no los necesito a ellos. Estoy bien aquí, sólo, contigo, con ellos. Quizá esté loco, qué más da. Si es así, toma esta locura, mi locura. Tu locura. Pues al fin y al cabo es tuya, como todo. Como nada.

   Las cortinas vuelven a abrirse ligeramente y creo ver tu rostro al otro lado de la ventana abierta. El viento las mece y logro verte de cuerpo entero, ahí pasmada, como un ángel. Tus ojos me miran fijamente, llamándome a ir contigo. Me quedo inmóvil, bloqueado, y de repente me sorprendo saltando por la ventana para coger tu mano. Me sonríes, y me agarras. Después, un gran chasquido, y nada. 

   Soy idiota, me digo. Esa no eras tú. Tú no podías estar ahí. Tú estabas en la casa, dentro. Sí, dentro. Yo me había asegurado de ello. Estabas dentro, en el salón, en el pasillo, en todas partes. Pero no fuera. No, fuera nunca. Tú no podías salir fuera, exactamente igual que yo. Pero yo ahora estoy fuera. Estoy fuera, y por culpa de mi estupidez, ya no podré volver a estar contigo.

   Vuelve conmigo, por favor.


   «No sé si me conviene la memoria a largo plazo. Será por ese yo nostálgico extremo que asoma.»

14 ene 2014

Dinámica relativista

   La habitación está oscura. Hay un bulto en el sillón, debo de ser yo. Llueve. No fuera, allí está calmado, pero llueve. Las imágenes pasan rápidamente como si fuesen relámpagos. Nunca me han dado miedo las tormentas, pero esta me aterroriza. A cada destello, una convulsión, un estallido, una agonía. La lluvia cae cada vez más fuerte, con rabia, como cuchilladas. Duele. Miro por la ventana: soleado. El telediario no ayuda. No le presto atención, pero está ahí, como un zumbido molesto que no me deja oír mis pensamientos. Supongo que por eso está puesto.

   No quiero estar aquí. Pero dónde voy a ir, pienso. No quiero estar en ningún sitio. Quiero irme, irme lejos. Quiero estar solo, que nadie me moleste. Tengo miedo de quedarme a solas con mis demonios. Es una situación complicada, difícil de explicar. Necesito algo, pero no sé qué. Supongo que un imposible, un milagro. Como se me aparezca la virgen ahora mismo, la echo a patadas, la pienso golpear hasta que sangre y esté inconsciente y no vuelva a levantarse nunca. Necesito desahogarme. Necesito estar solo. No quiero quedarme solo. Tengo miedo. Recuerdo ese momento a la sombra del porche. Fuera llovía. Pero llovía de verdad, físicamente. Eso me gusta, me relaja. Un abrazo. Una puñalada, una sonrisa. Duele, pero es cálido. Tengo frío, frío para mis adentros, frío para mi alma. Si es que alguna vez tuve de eso. Creo que hace tiempo que dejé de ser humano.

   El Principito sólo se preocupaba por dos cosas en la vida: él mismo, y su flor. Su hermosa flor, una rarísima flor que sólo crecía en su planeta, que sólo crecía para él. Es irónico que un simple niño sepa más sobre la vida que cualquiera de nosotros, adultos formados, hechos y derechos, personas decentes. Pero eso es en la teoría. En realidad no tenemos ni idea. Ni la tendremos nunca. Mi misantropía aumenta a cada golpe de reloj. Quizá necesite esa flor que tanto quería aquel pobre niño. Quizá ese niño sea yo. Niño nostálgico y desamparado, en busca de su hogar.

   All in. Aposté todo y perdí. Me quedé sin nada. ¿Y ahora qué? Ahora sólo queda el vacío. Si miras fijamente hacia el fondo del abismo, el abismo te devuelve la mirada. Ahora sólo me queda estar solo, sufrir en silencio, encogerme debajo de la mesa hasta que pase el terremoto. Si es que pasa. Seguiré esperando el día en que lluevan pianos. Quizá sólo quede esperar a que llegue mi serpiente.


   «Quedarse a solas con esta cabeza, te juro que puede aterrar.»