14 ene 2014

Dinámica relativista

   La habitación está oscura. Hay un bulto en el sillón, debo de ser yo. Llueve. No fuera, allí está calmado, pero llueve. Las imágenes pasan rápidamente como si fuesen relámpagos. Nunca me han dado miedo las tormentas, pero esta me aterroriza. A cada destello, una convulsión, un estallido, una agonía. La lluvia cae cada vez más fuerte, con rabia, como cuchilladas. Duele. Miro por la ventana: soleado. El telediario no ayuda. No le presto atención, pero está ahí, como un zumbido molesto que no me deja oír mis pensamientos. Supongo que por eso está puesto.

   No quiero estar aquí. Pero dónde voy a ir, pienso. No quiero estar en ningún sitio. Quiero irme, irme lejos. Quiero estar solo, que nadie me moleste. Tengo miedo de quedarme a solas con mis demonios. Es una situación complicada, difícil de explicar. Necesito algo, pero no sé qué. Supongo que un imposible, un milagro. Como se me aparezca la virgen ahora mismo, la echo a patadas, la pienso golpear hasta que sangre y esté inconsciente y no vuelva a levantarse nunca. Necesito desahogarme. Necesito estar solo. No quiero quedarme solo. Tengo miedo. Recuerdo ese momento a la sombra del porche. Fuera llovía. Pero llovía de verdad, físicamente. Eso me gusta, me relaja. Un abrazo. Una puñalada, una sonrisa. Duele, pero es cálido. Tengo frío, frío para mis adentros, frío para mi alma. Si es que alguna vez tuve de eso. Creo que hace tiempo que dejé de ser humano.

   El Principito sólo se preocupaba por dos cosas en la vida: él mismo, y su flor. Su hermosa flor, una rarísima flor que sólo crecía en su planeta, que sólo crecía para él. Es irónico que un simple niño sepa más sobre la vida que cualquiera de nosotros, adultos formados, hechos y derechos, personas decentes. Pero eso es en la teoría. En realidad no tenemos ni idea. Ni la tendremos nunca. Mi misantropía aumenta a cada golpe de reloj. Quizá necesite esa flor que tanto quería aquel pobre niño. Quizá ese niño sea yo. Niño nostálgico y desamparado, en busca de su hogar.

   All in. Aposté todo y perdí. Me quedé sin nada. ¿Y ahora qué? Ahora sólo queda el vacío. Si miras fijamente hacia el fondo del abismo, el abismo te devuelve la mirada. Ahora sólo me queda estar solo, sufrir en silencio, encogerme debajo de la mesa hasta que pase el terremoto. Si es que pasa. Seguiré esperando el día en que lluevan pianos. Quizá sólo quede esperar a que llegue mi serpiente.


   «Quedarse a solas con esta cabeza, te juro que puede aterrar.»

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