9 dic 2013

Polvo y escarcha

   Seis mil y pico días sin vivir, mañana empiezo. Nunca me ha importado vivir poco, morir joven. Sin embargo, me gustaría probar la experiencia de vivir realmente antes de mi último suspiro. Porque respiro, me me alimento, me relaciono —aunque no sea demasiado— y todas esas cosas que dicen los científicos, pero vivir es más que eso. Vivir es sentir todo lo que te rodea, sentirlo y sentirte en paz con ello y contigo mismo. ¿Pero realmente se puede sentir esa paz de algún modo? ¿Habrá alguien, en algún momento de su vida, conseguido vivir realmente, aunque fuera un simple instante? Necesito sentirme a gusto con el mundo, pero el mundo no lo pone fácil. Quizá la vida —o mejor dicho, el período de tiempo que sucede desde que te nacen hasta que tu organismo perece— se pueda describir como una sucesión de decepciones, de golpes y más golpes. Un chasco tras otro. Pero yo no quiero esto, yo quiero vivir. Quiero vivir de verdad. Quiero sentir la vida. Quiero olerla, tocarla, saborearla, inhalarla en una calada de tabaco barato, beberla del fondo de un vaso de whiskey. Quiero sentir.

   Ya lo dijo Dylan, los tiempos cambian, o igual somos nosotros los que cambiamos con el tiempo. Distintos intereses, distintas perspectivas, distintas personas. Pero siempre buscamos lo mismo, siempre en esa desesperada búsqueda de la felicidad, esa carrera desafortunada por sobrevivir. ¿Esto es vida? Esto es una mierda. Todo eso no es más que una triste basura, autoengaños para sentirnos seguros, para sentirnos en calma por dentro. Yo no quiero esa putrefacta versión de la vida, quiero mi propia versión de la vida, la verdadera versión de la vida. Porque, al fin y al cabo, lo cierto es cierto si es propio, y no por aparecer en los libros. 

   Vivir es disfrutar cada momento que te mata, saborear cada amargo trago de decepción, sentirte feliz con cada segundo de depresión. Yo no vivo cuando respiro. Los latidos no son de vida si no son por alguien. Yo vivo cuando me siento ante una multitud confusa, distraída, atenta a sus propios pensamientos. No es la sangre quien mantiene la vida, lo que mantiene la vida son las palabras, los gestos, un abrazo, apoyar mi barbilla sobre su cabeza, escribir sin pensar lo que vas a poner, publicar sin revisar, beber sin pensar en la resaca del domingo, disfrutar la resaca sin arrepentirte de haber bebido. Vivir es disfrutar de cada momento, cada detalle, sentirlo como si fuera parte de tu cuerpo; vivir depender de todos, no de una sola persona. Vivir es, al fin y al cabo, todo lo que nos han enseñado que no hay que hacer.

   Tenerle miedo a la muerte es absurdo. No puedes morir sin haber vivido primero. Y por esto quiero vivir, porque quiero morir. Quiero morir, pero sin tenerle miedo a la muerte. Quiero, cuando llegue el día, saludar a la parca como si fuera un colega de toda la vida, que me mire a los ojos, sin piedad en la mirada, y piense «tú sí que sabes, tío». Por todo esto es por lo que voy a empezar a luchar por lo que quiero, y que le den al resto. Voy a aferrarme a la vida hasta que llegue el día de mi muerte, y entonces miraré atrás y seré feliz.


   «De las noches cansadas, de las horas pasadas, de las gotas caídas al gran agujero azul, negro, del tiempo. Del soñar el momento y saber que lo quiero. De pensar y pasar, y pasar de pensar a pesar del aprieto. Beber. Despedirme de ti. Beber. Viajar en contra, salir de la norma. Volver a beber. Elegir nuevas ideas y luego contarlas, cambiarlas y volver a pensarlas con la ilusión de saber.»

3 dic 2013

El corazón de las tinieblas

   «Me hallé de nuevo en la ciudad sepulcral, donde me enojaba la vista de la gente que se apresuraba por las calles para birlarse dinero los unos a los otros, para devorar su infame comida, para engullir su cerveza insalubre y soñar sus insignificantes y estúpidos sueños. Aquella gente invadía mis pensamientos. Eran intrusos, cuyo conocimiento de la vida me resultaba una farsa irritante, porque estaba seguro de que ellos no podían saber las cosas que yo sabía. Su comportamiento, que era sencillamente el comportamiento de unos individuos corrientes que se dedicaban a sus asuntos sabiéndose totalmente seguros, me ofendía como las ultrajantes sustentaciones a insensatez ante un peligro que se es incapaz de comprender. No tenía ningún deseo en especial de dominarlos, pero me costó bastante contenerme y no reírme a carcajadas delante de sus rostros, tan llenos de estúpida importancia. 

   Me atrevería a decir que no estaba muy bien en aquella época. Vagaba por las calles, tenía algunos asuntos que resolver. Haciendo muecas amargas antes personas perfectamente respetables. Reconozco que mi conducta fue inexcusable, pero también es verdad que mi temperatura rara vez era la normal en aquellos días.»


Joseph Conrad — El corazón de las tinieblas

2 dic 2013

Pensamientos sin importancia de un hombre poco conocido

   «No esperes a que caiga esa manzana, cómetela». Esa frase se repite en mi cabeza, una y otra vez, como el tic tac de un reloj, que golpea suavemente, pero desgasta. Mi vida se basa últimamente en la indecisión. Estoy harto de tener que decidir, estoy harto de tener que pensar. Estoy harto, sobre todo, de este maldito tormento que me atrapa, que me mata por dentro a cada instante. No quiero tener que pensar continuamente en qué pasará si hago esto; quiero tener la capacidad de poder actuar, sin preocuparme por nada ni nadie. Quiero ser egoísta, quiero pensar en mí mismo y que le den al resto. Quiero ser libre de hacer lo que me plazca. Pero ojalá pudiera.

   Lejos quedan ya los días en los que mi mayor preocupación era poder quedarme viendo la televisión hasta más tarde de las diez y media. Esos días en los que la decisión más trascendental era fuego, agua o planta. Quiero que vuelvan esos días. Anhelo la dulce ignorancia de ser niño a cada segundo que pasa, la posibilidad de ser egoísta sin que nadie te mire mal ni haga comentarios al respecto, porque eres un niño. Necesito liberarme de todo lo que me oprime, necesito volver a ser el niño que fui. No quiero cadenas que me aten a personas, ni depender de los actos de los demás para poder sonreír. Quiero ser feliz viendo mis dibujos animados favoritos en la televisión, quiero poder sentirme libre con el viento azotándome la cara mientras bajo a toda velocidad aquella cuesta con el trineo. Echo de menos aquellos días en los que mi padre me regañaba por no querer echarme la siesta. Quiero que, cuando tenga un problema, mi madre me sonría y todo haya acabado, como antes. Quiero volver a ser feliz, como cuando era niño.

   En estos días sólo hay soledad. Una noche negra precede a otro día gris. En estos días nada parece surgir de la sombra. No hay linterna que se vea desde la cabaña del árbol. Ahora ya no hay estrellas fluorescentes en el techo de mi cuarto: se ha convertido en un sumidero de recuerdos, al que miro antes de dormir y que, ciertamente, no suele ayudar demasiado. Corren días de mirar al horizonte esperando que todo cambie pronto, sabiendo que no va a ser así. Como tenga que fingir otra sonrisa acabaré saltándome los dientes, como tenga que volver a cambiarlo todo por una persona romperé con todo vínculo que me una a cualquiera. No quiero depender de nada ni nadie, más que de mí mismo. Quiero volver a ser ese niño que solía ser. Quiero volver a ser feliz.



   «Porque el tiempo es asesino, metódico y sigue pautas. Yo de niño quise ser eterno, y no astronauta. Cuando entendí que moriría algún día, lloré y mi mamá me abrazaba y me protegía. Papá salía ya de noche del tajo, yo en la litera a oscuras esperando a que llegara. Yo me hacía el dormido arriba, y mi hermano abajo, para que su beso no pinchara en la cara. Pero más de veinte años después sigo siendo un niño que necesita cariño y no lo sabe dar. Mojo un verso y lo destiño, lloro y me riño, porque los chicos no lloran, tienen que pelear. Hijos del cannabis, del litro y de la química, dice mi atípica actividad cardíaca que demasiado rápido crecí. Alguien puso un whiskey delante de mí y se hizo un eclipse.Quiero ver amanecer, quiero volver a ver aparecer al sol y que no vuelva a anochecer. No quiero que vuelva a anochecer y estar solo, pensando que papá y mamá no van a volver.»

19 jul 2013

Sin nombre.

   Abro los ojos. Estoy subiendo unas escaleras. Cuento los peldaños. Uno, dos, tres, cuatro... Al poco tiempo pierdo la cuenta al ver una mancha de aceite en mis pantalones. Seguramente sea de la ensalada que comí a medio día, siempre me mancho comiendo. Eso no cambió nunca.

   Cierro los ojos. Me encuentro en una calle oscura, es de noche. Llueve ligeramente, estoy rodeado de una fina capa de humo. ¿Estoy fumando? Sí, estoy fumando. Hace tiempo que perdí aquella preciada costumbre de salir a la calle lloviendo y fumarme un cigarrillo, paseando con el único rumbo de mis auriculares. La gente se cruza conmigo sin siquiera mirarme, qué infelices parecen todos. Qué ingenuos, qué ignorantes. Siento aquel desprecio que solía sentir hacia la gente en general, ese desprecio que sigo sintiendo hacia la gente en general. Miro a los transeúntes con indiferencia y agacho la cabeza. Tengo la capucha empapada, una gota me baja por la frente hasta encontrarse con mi nariz, desde la que emprende un largo viaje hasta el suelo. Una larga caída. Abro los ojos y sonrío sombríamente.

   Ya estoy arriba. Camino hacia adelante y me siento cómodamente al filo de la vida, en el umbral de la muerte; sin miedo, sin dudar. No quiero seguir en este mundo, así que vuelvo a cerrar los ojos y pienso si aquella chica de la que me enamoré por primera vez con quince años se acordará aún de mí, si sabrá siquiera mi nombre todavía. ¿Enamorarse? ¿Qué estoy diciendo? ¿Qué es el amor? Qué es el amor. ¿No es el amor otra cosa que la obsesión por esconder los instintos sexuales hacia una persona, aplastar nuestro yo salvaje, animal, con la razón? El amor no es otra cosa que aquello que, allá en el siglo XIX, Nietzsche hubiese denominado «negación de la vida». 

   Echo de menos aquellos tiempos en los que me interesaba todo aquello. ¿Hice bien en abandonar aquel afán de saber? No dejé de estudiar, pero sí de aprender. Caí en el más oscuro escepticismo. Dejé de creer en todo cuanto creía. ¿Qué iba a saber yo, un simple mortal, un ingenuo, un humano? No, lo cierto es que dejé de ser humano a una edad muy temprana. Odio a la gente. Odio a la guerra. Odio a la paz, forzada bajo mentiras encubiertas. Odio al propio odio. Odio a los demás. Odio a mí mismo. Probablemente si hubiese encontrado a alguien igual que yo, lo hubiera odiado sobre todas las demás personas. No quiero volver a morder el suelo. «Morder el suelo», río amargamente. Irónico comentario en semejante situación. Quizá esa ironía no la haya perdido desde entonces; siempre abrazada fuertemente a mí, desde el nacimiento.

   Siento una suave brisa en mi cara, pero me niego a abrir los ojos, me niego a volver a la realidad. Recuerdo por un momento aquel sentimiento de pesimismo visionario. Por desgracia se quedó en simple pesimismo, con los años fue cesando la brisa de cambio, apagándose la llama de la revolución en mi interior, cada vez más convencido de que la única libertad que tiene el hombre es la de morir.  El óxido se apoderó de mi corazón hace ya tiempo. Intenté abandonar el sufrimiento de no saber, dejar atrás el ansia de conocer. Intenté ser un ignorante, como cualquier peatón corriente. Eso sólo empeoró las cosas: la sombra se apoderó de mí, y desde entonces no he conseguido iluminarme. Tampoco lo he intentado. 

   La brisa ahora es más fuerte que antes. Abro los ojos. Los cierro de nuevo al ver el suelo acercándose rápidamente hacia mí y recuerdo, como último pensamiento, esa frase de aquella canción que escuchaba en mi juventud, quién sabe de qué autor: «ayer el cielo fue profundamente negro».


   «Por vuestras calles se extiende un rumor, que vuestro miedo a decir la verdad en vuestras vías ha hecho un agujero para esqueletos de la soledad».

29 ene 2013

Rechinan los dientes del pueblo

   La oscuridad se tiende ante ti, a sus anchas, extendiéndose allá donde quiere y llegando hasta donde se le antoja. No eres capaz de vislumbrar el fin del abismo, y eso te hace pensar que no lo hay.  Te quieren hacer pensar que no tienes solución, que tus problemas son irreparables, que eres escoria sin valor alguno. Sois una pequeña parte de un enorme complejo, estáis en la parte más ínfima de la sociedad. Andas por la calle y vas pensando en problemas que, supuestamente, no te incumben. Tropiezas con el resto de hormigas, recorres el hormiguero sin plantearte si esto debería funcionar así. Esto es lo que te han impuesto, y tienes que acatarlo. Sobrevives gracias a duras horas de trabajo y consigues una miseria por ello. Y que no se te olvide, claro, agradar a todo el mundo.

   ¿De veras quieres aceptar esto? ¿De verdad piensas quedarte en tu sofá, sentado, observando cómo te absorben el cerebro y controlan tus actos los medios de comunicación? Te manejan desde arriba, como quieren, te llevan de un lado a otro y hacen llevan tu atención donde les interesa, desviándola de lo que de verdad importa. No les interesa que tú no tengas para comer mientras ellos tengan su ración de ternera guisada con confitura de cebolla y vinagre balsámico. Y claro que les importas, pero no les conviene que tú lo sepas. Quieren que pienses que no tienes nada que hacer, que el pueblo no tiene poder. Pero no se dan cuenta de que el pueblo es la masa, y la masa tiene la fuerza.

   Llegará el día en que las mentes social-adormecidas se alcen ante el poder opresor. Llegará el día en que el pueblo levante su puño para descargarlo con rabia sobre las cabezas de los de arriba. No nos hacen caso si rugen de hambre nuestros estómagos, pero nos temerán el día en que seamos nosotros quien rujamos. Arderán montañas de dinero en las plazas de los pueblos, se levantarán barricadas donde se alzarán los ciudadanos y lucharán lo que haga falta por lo que merecen. Te tienen miedo, no lo olvides. Tú eres el ploretario, y el ploretario tiene la fuerza. Hazles sufrir, hazles pagar lo que te han hecho vivir. Es tu decisión cambiar esto. Es tu responsabilidad.



«Y es que no quedan más cojones que luchar cuando ves que tu familia grita "sólo un trocito de pan".»